FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO
Ángel Guinda confiesa que comenzó a escribir su último libro, Espectral, una noche de enero en Madrid, en la mesa de una cafetería próxima al Museo Sorolla, mientras saboreaba un gintonic y contemplaba el mundo desde su exilio interior a través de una amplia cristalera. Espejo o espejismo. Manual de un corazón comprometido y apalabrado. «Somos cautivos de lo que vivimos. ¡La máxima clausura es la obsesión!».
El poeta, bien podía haber elegido ser funcionario, bedel, barrendero o sepulturero, y pasar el tiempo libre resolviendo crucigramas, sudokus, sopas de letras, o bien echando una partida al guiñote o al ajedrez. Pero ser «poeta no es una profesión. Ser poeta es una posesión». Mala suerte, amigos, con los honrosos oficios que hay en el mundo.
El poeta nos recuerda que una tarde que estaba sentado en un banco del Paseo de la Constitución de Zaragoza, ensimismado y meditabundo, ante una escultura de dos amantes emparaguados, se le apareció la poesía, con mayúscula o con minúscula, poseyéndolo por completo, robándole la calma, la tranquilidad, el sosiego y hasta la juventud. Tenía entonces dieciséis años y desde aquel preciso momento, la vida ha sido y, por fortuna continúa siendo, una existencia y también una resistencia «a golpe de versos». No hay ningún otro remedio, o veneno, o antídoto, o dios.
Espectral es un libro de bolsillo, un oráculo lineal, en el que caben grandes preguntas, grandes y graves palabras, que se pueden gritar una noche cualquiera desde la última ventana de un rascacielos, desde un puente solitario, sobre un río impetuoso, desde lo alto de un campanario, desde el Moncayo, «voluptuoso dios de la armonía», o desde los bosques «engullidos por la especulación de los aserraderos». Unas palabras, dichas a gritos a los cuatro vientos, que molestan al poeta, que le duelen como un dolor de muelas o de corazón, que le escuecen, que le devoran por dentro y que también le enfurecen y le enrabietan, y no le dejan pegar ojo por las noches. Palabras que son a la vez contundentes puñetazos, martillazos secos, badajos de campanas que tocan a arrebato, gritos en las calles, palabras en vendaval que nos cogen desprevenidos y nos sobrecogen.
Espectral es un libro de gritos desgarrados entre admiraciones gramaticales, un libro de viajes al centro mismo de los tres infiernos del alma del poeta, condenada a vivir ávidamente, atormentada, trágica, rebelde y a la vez irónica. El libro que nos ocupa compone a girones o a brochazos un autorretrato goyesco, grabado esta vez con palabras rotundas al aguafuerte. Un vómito de verdad y de vida, un volcán con palabras incandescentes que acompañan al allegro con brio de la quinta sinfonía de Beethoven o al allegro energico de la sexta de Mahler.
Espectral es un libro redondo, con pellejo y hueso de guinda, no de cereza. No confundamos. Parecen iguales, pero la carne de la guinda es más fina y el hueso más pequeño, por eso ganan en buen anís. «Ser círculo es ser un universo. ¡Versos míos, girad!». Girad como el hambre, como las mentiras, como las promesas, como la verdad, como los derviches, como las capitanas, como los tiovivos, como los girasoles, como los planetas, con sus días de luz y sus noches de sombras. «¡Todo se mueve cuando yo estoy quieto!¡Todo está quieto cuando yo me muevo!¡Tanto desequilibrio me equilibra!».
Espectral es un libro que está escrito en un estado de trance o de transición, en la frontera indivisible entre la cordura y la locura, entre la razón y la sinrazón. Sin concesiones y sin conclusiones. Páginas hambrientas. Hombre iluminado. Al poeta, lúcido y encorajinado, se lo va dictando, palabra a palabra, el arrebato, la cólera, el dolor, la memoria, la pasión, la confusión y hasta el éxtasis, rodeado y vigilado por sus fantasmas familiares, como en una noche de aquelarre, y acompañado aún de cuerpo presente por sus obsesiones y sus recuerdos.
En sus páginas numeradas, el poeta se siente un ciudadano de pleno derecho en un mundo personal e intransferible, lleno de fantasmas, luces, sonidos y recuerdos, que siempre huye hacia sí mismo, fugitivo en su propio ser, acompañado por un solitario, bajo una nube suicida de tabaco, sin saber como se cierran los grifos del dolor, muerto por otras vidas, guiado por la claridad de la misma oscuridad de la imaginación, con la amargura y también con la vitalidad de saberse vivo y contradictorio, como la misma vida y la misma contradicción. «Soy lo que soy y soy lo que no soy. Víscera. Conmoción, caducidad y ansia de infinito».
El poeta se siente solo como un animal salvaje. Busca la soledad y la plenitud para escribir palabras salvajes, palabras que intenten el más difícil todavía, palabras que no se dejan domesticar, que sean como el cardo y la ortiga, que hay que cogerla sin respirar para que no hiera, como el gato salvaje y el alacrán, como la serpiente y la medusa. «Necesito estar solo como el aire, la tierra, el cielo, el sol, el mar solo, los mundos solos que desconocemos y tan tranquilamente nos esperan». El poeta se sirve de sus recuerdos, de sus miedos, de sus viajes sin dominar el inglés y de su propia vida para escribir «con verdad, con riesgo, para algo, para alguien. Escribir con tierra, llamas de noche y hielo, alas, zarpazos, nubes, ríos, montañas, mar. Escribir con la exaltada eclosión de la sorpresa. Con matrices, rituales, reliquias, tabúes, aliento, vísceras. Escribir como un disparo, como un disparate, como un bombardeo. Con vida, risa, tos, cristal, acuarela, hormigón, multitud, aislamiento. A cuestas con el dolor, con la alegría a cuestas, con la cuna a cuestas, con la soga al cuello, con el patíbulo a cuestas, el ataúd a cuestas». Escribir a solas y hacerlo con la vida a flor de piel, gastada en las palabras que procuran nuevos instantes y nuevas vidas. Soliloquio del alma como «motor de la quimera», máquina armoniosa que ha aguantado mil y un embates de una vida llevada por el amor, el aire, la luz, el agua, la tierra y la poesía, siempre «como forma de desconocimiento», hecha del sonido prestado de otras voces y de la misma elocuencia del silencio, esa «lengua del espíritu».
Espectral es como un testamento vital de lo vivido, de la lucha, de la tregua que da la vida, del amor, que es como «una casa abierta al universo», de la confianza, de los miedos y de los fracasos. «¡Mi vida muere de vivir más vida! Muere de no morir, de desvivirse, como el fuego replicante, o como si la muerte fuese vivir después de haber vivido». El poeta es como un profeta que clama en el desierto, que nos señala el camino a seguir y el quehacer de cada cual. «¡Todo lo que hay que hacer es deshacer!». Cambiar todo para que nada cambie. «¡Mi nada en todo!». La sombra iluminada y la luz entre tinieblas. «¡Quiero ser todo lo que se transforma!». Vida y muerte, suerte o infortunio, palabra y obra, ángel o demonio.
Espectral es como una carta de marear, como un mar mareado, agitado por el viento y la vida, encerrado en las páginas que nos esperan, con olas enloquecidas, embravecidas, que rompen una y otra vez contra los acantilados de nuestro conformismo, de nuestra inercia y también de nuestra indiferencia. Un libro, como un barco, llevado por el vendaval de las pasiones, por la brisa de los sentimientos o por las olas de un sueño, de una premonición. Las palabras por bandera y el cielo como único país de nadie y de todos los hombres. «¿Para qué completar la vuelta al mundo si mi mundo da vueltas a un yo desconocido?». El poeta no sabe quién es o sabe muy bien quien no es, mientras sus fantasmas ríen a carcajada limpia. El poeta huye de sí mismo consigo mismo. «¡Para saber quien soy comienzo a dialogar con mis fantasmas!». Miedos y más miedos infantiles e infatigables. Cada poema guarda una historia que sólo conoce el poeta, que piensa en la monogamia de las llaves para abrir la soledad de las puertas. «¡No tiene picaportes el olvido!». El poeta nos habla de aquella Zaragoza que veía de la mano de su padre, con los ojos atónitos de un niño miedoso, mientras cruzaban por el paseo de la Independencia. «De niño yo veía en Zaragoza rinocerontes con cabeza de hombres». La ciudad monstruosa con animales egoístas y ensimismados, animales sin cabeza y sin corazón, llevados por la prisa o la sorpresa. En Uncastillo siguen cerrados a cal y canto muchos caserones, donde los fantasmas aún esperan asustar a los niños con ojos miedosos. El poeta recordaba con una cierta emoción a su primer amor infantil, que era de Calatayud. Y un buen día vestido de monaguillo, la invitó a subir a lo alto del campanario de la iglesia de Uncastillo, entre unos oscuros y sucios escalones. Y esa niña preciosa y miedosa, como no iba a ser de otra manera, le tomó la mano al sentir el roce inexplicable del miedo. «¡Amar es no morir en lo que vive!».
Espectral es un libro de imágenes para mirar con los «ojos desorbitados de la perplejidad». Imágenes grotescas y goyescas, que recrea de nuevo la razón de la sinrazón. «Venimos de lo oscuro y vamos a lo oscuro». Vida y camino. «¡Algo nos espera lejos del final!». Palabra y obra. «¿Es vacío el abismo o plenitud?». Siempre lo que buscamos está en nosotros mismos. «¡Lo que buscabas ya te ha encontrado dentro de ti! ¡Qué sosiego estar donde ya soy!». Vida y renuncia. «¡Os dejo a todos lo que no he vivido!», y todo lo que aún no se ha leído. Vivamos lo que no hemos vivido todavía y leamos lo que aún está por escribirse. «Vivir es arrojarse a convivir!», con vida, mucha vida y poesía. Convite de palabras precisas, útiles, aunque no siempre preciosas. «Las palabras acuden a mi tránsito desenganchadamente nuevas, ágiles, me libran del exilio que es vivir». ¡Vivir! ¡Escribir! «¡La vida es el rápido barrido de un limpiaparabrisas!».
Nota: Espectral se presentó el día 7 de junio en el Museo de Calatayud, junto a Yin, una antología de poetas aragonesas, debida también a Ángel Guinda.
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