Mostrando entradas con la etiqueta conferencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta conferencia. Mostrar todas las entradas

martes, 17 de febrero de 2015

Presentación del sistema defensivo musulmán entre las Marcas Media y Superior de Al-Andalus

Francisco Tobajas Gallego

            El pasado 9 de febrero se presentó en el Salón Multiusos del Ayuntamiento de Calatayud el libro El sistema defensivo musulmán entre las Marcas Media y Superior de al-Andalus (siglos X-XII), de Vicente Alejandre Alcalde, que ha sido editado por el Centro de Estudios Bilbilitanos. El autor estuvo acompañado por el vicepresidente del Centro de Estudios Bilbilitanos, José Ramón Olalla, y por el consejero Carlos Sáenz Preciado.



            Carlos Sáenz señaló que en una tierra donde no faltan las historias de moras encantadas y tesoros escondidos, «hacía falta un trabajo que aportase una visión global, de conjunto, sobre las fortificaciones musulmanas». Con este libro, Vicente Alejandre había aportado una «nueva visión» del sistema defensivo musulmán, apoyándose en las fuentes escritas y arqueológicas, de un amplio territorio enmarcado entre el Duero y el Jalón, tierras de frontera.  En él se sitúan las monumentales alcazabas y fortalezas de Calatayud, Medinaceli o Gormaz, pero también pequeñas alquerías y atalayas que salpican el territorio y que se encuentran en grave peligro de desaparición.
            En el prólogo, Mario Lafuente Gómez felicita al autor por el resultado de su trabajo, «un sólido estudio apoyado en un extraordinario repertorio de fuentes», en el que se han utilizado los registros físicos, arqueológicos, escritos y onomásticos.          
            Vicente Alejandre, que dedica su libro a las gentes de la Raya, supervivientes en tierras de frontera, señaló que su estudio trataba de aproximarse, desde un punto de vista histórico y arqueológico, al sistema defensivo musulmán implantado entre los ríos Duero y Jalón que, durante la alta Edad Media, formaba parte de la frontera septentrional, frente a los territorios cristianos del norte. Su trabajo ha consistido en situar las distintas fortificaciones, que conformaban un verdadero sistema castral, dispuestas para la defensa del territorio, con sus conexiones ópticas y terrestres, existentes entre unas y otras. El autor ha repasado las fuentes documentales, tanto musulmanas como cristianas, la toponimia de origen arábigo, tan abundante en algunos sectores de nuestra región, dejando que la arqueología diga la última palabra para reconocer con seguridad un asentamiento como islámico. El autor señaló que la catalogación de algunos de los restos constructivos de este estudio, podía resultar dudosa, hasta que la arqueología lo confirmara.
             Este estudio ha comprendido un área de más de cinco mil kilómetros, entre el curso del río Duero, que discurre hacia el oeste, y el del río Jalón, que lleva dirección este, que se extiende entre las actuales provincias de Soria, Zaragoza y Guadalajara. La cartografía ha sido proporcionada por el Instituto Geográfico Nacional.
            El libro se compone de cuatro capítulos, cinco anexos y la correspondiente bibliografía. En el primer capítulo se analiza el concepto de frontera, adelantando un esquema de la disposición de las fortificaciones que componían el sistema castral. En tiempos del emirato y califato de Córdoba, la frontera estaba organizada en tres sectores: La Marca Superior, que se extendía desde el Mediterráneo hasta el Moncayo, con capital en Zaragoza, la Marca Media, que comprendía los territorios comprendidos al sur del Sistema Central, con capital en Toledo, aunque posteriormente se trasladó a Medinaceli, y la Marca Inferior, que abarcaba desde la Extremadura hasta el Atlántico, con capital en Mérida.
            Para impedir el avance del enemigo del norte y proteger a los pobladores de la frontera, se ideó un sistema de fortalezas, torres y atalayas de carácter militar. La población de estos distritos fronterizos era de carácter rural, aunque estaba muy jerarquizado. Las fuentes documentales musulmanas citaban una veintena de topónimos, aunque no todos ellos están identificados. De la fuentes cristianas resultan interesantes las que se refieren al momento de la reconquista cristiana. La toponimia ha resultado también de gran ayuda para complementar estas relaciones. En la provincia de Soria se han podido identificar 50 topónimos de origen arábigo, localizados en los sectores de Medinaceli y Almazán, mientras que para las provincias de Zaragoza y Guadalajara, sólo se han podido reconocer unos 15 topónimos para cada una de ellas.
            La arqueología ha completado el trabajo de campo, localizando unos 35 enclaves fortificados, con otros 25 puntos en que se han encontrado solamente restos de cerámica medieval. Otros 20 enclaves, en los que no se han encontrado restos de ningún tipo, podían servir de puntos de intervisibilidad. Por su parte, la bibliografía de castillos ha dado una lista de unas 50 fortificaciones, repartidas en las tres provincias. El total de fortificaciones, asentamientos y yacimientos musulmanes asciende a unos 250, que no parecen excesivos, pues se corresponden con 4,2 enclaves por cada 100 kilómetros.
            Los asentamientos, en su mayor parte, se disponen en los cursos de los ríos, aprovechando algún saliente rocoso o cerro, donde se levanta la fortificación. Algunos de ellos son fundaciones islámicas, en cambio otros ocupan antiguos yacimientos celtibéricos o incluso de la Edad del Bronce.
            El segundo capítulo de este libro marca los límites temporales del estudio y explica en su contexto histórico, la organización territorial de la región situada entre las marcas Media y Superior de la frontera entre el-Andalus y los territorios cristianos.
            El distrito de Calatayud limitaba con los de Zaragoza, Tudela, Medinaceli y con Barusa. Comprendía el valle del Jalón Medio, entre Alhama de Aragón y Morata de Jalón, además de los valles de sus afluentes Henar, Manubles, Ribota, Piedra, Mesa, Jiloca y Perejiles. Las fortalezas más importantes de este distrito eran Daroca, Somed, Peñalcázar, Deza, Ateca, Aranda de Moncayo y Maluenda. En el distrito de Tudela, sector Ágreda, destacaban las fortalezas de Tudela, Alfaro, Calahorra, Tarazona, Ágreda, Borja, Nájera, Viguera y Arnedo.
            Los Banu Mada, importante familia beréber, controlaba un territorio comprendido entre Peñalcázar, Deza y Ateca
            El tercer capítulo está dedicado a describir las características generales del sistema defensivo diseñado por los musulmanes, detallando las fortificaciones y sus comunicaciones, tanto ópticas como terrestres. A todo esto se añade una descripción geológica, hidrológica, ortográfica, climática y geográfica.
            Los dos centros de poder que controlaban esta región fronteriza, eran las medinas de Medinaceli y Calatayud. La retaguardia del sistema defensivo se alineaba con el río Jalón, con Ariza en medio de las dos medinas. La línea de vanguardia venía definida por el río Duero, desde Gormaz hasta Almazán, prolongándose hasta Atienza. Esta marca fronteriza, entre los ríos Duero y Jalón, abarcaba una franja de terreno entre los 40 y 60 kilómetros de profundidad. En el extremo septentrional de la región estudiada, se encontraba la fortaleza de Ágreda. Estos ocho enclaves, Gormaz, Almazán, Peñalcázar, Ágreda, Atienza, Medinaceli, Ariza y Calatayud, distribuidos regularmente a lo largo y ancho de la región estudiada, remarcan claramente dos líneas de defensa. Cada uno de ellos se completaba con torres y atalayas, que aseguraban una rápida y segura comunicación entre las diversas fortificaciones.

            En el cuarto capítulo se incluye una descripción breve de cada fortificación o enclave, a modo de catálogo o inventario, que conformaba el grupo defensivo, especificando el tipo, su localización, los restos arquitectónicos y arqueológicos conservados y sus contactos visuales, así como algunos comentarios referidos a su construcción, funcionalidad y contexto histórico, con una fotografía ilustrativa de cada una de ellas.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

LOS JUDÍOS EN LA COMUNIDAD DE CALATAYUD

LOS JUDÍOS EN LA COMUNIDAD DE CALATAYUD


Francisco Tobajas Gallego


El pasado 26 de noviembre tuvo lugar una interesante conferencia del Dr. Abraham Haim en la Sala Multiusos del Palacio de la Comunidad de Calatayud, patrocinada por el Centro de Estudios Bilbilitanos, dedicada a los judíos en la Comunidad de Calatayud y especialmente a la figura de Luis de Santángel.



Hizo las presentaciones el Consejero del CEB, Antonio Sánchez Portero. Abraham Haim (Jerusalén, 1941) es Licenciado en Historia del Oriente Medio y Lengua y Literatura Árabes, por la Universidad Hebrea de Jerusalén (1965-1968), y Doctor en Historia por la Universidad de Tel Aviv (1985). Haim también fue Director General de Patrimonio Sefardí en el Ministerio de Educación y Cultura de Israel. Actualmente es Presidente del Consejo de la Comunidad Sefardí de Jerusalén, una organización que hunde sus raíces de su fundación en el siglo XIII y que durante siglos lideró a toda la comunidad judía. Abraham Haim está fuertemente vinculado a España. Su trabajo se enfoca en potenciar los temas culturales, con la preservación y la divulgación del legado sefardí, a través de ciclos de música, presentación de libros, concesión de becas…

Haim está dispuesto a recuperar la relación con las comunidades sefardíes que están fuera de Israel. Alrededor del veinte por ciento de los judíos del mundo son sefardíes. Abraham Haim está interesado en El Quijote, ya que Cervantes era un converso que había nacido en un pueblo de Sanabria llamado Cervantes. Haim ha encontrado en este libro una página del Talmud transcrita casi literalmente.

Abraham Haim señaló que había acudido como conferenciante a Calatayud por invitación de Antonio Sánchez Portero, a quien había conocido en Mallorca en diciembre pasado. Primeramente Haim quiso aclarar los términos judería y aljama, que se usan a veces erróneamente. Judería viene a designar el marco físico, o sea, el barrio judío. La palabra aljama, de origen árabe, define a un grupo de personas, en este caso a una comunidad que residía en la judería. Para el doctor Haim la etimología de Calatayud está clara. Calatayud quiere decir fortaleza de los judíos. Cada aljama judía era independiente y gozaba de un cierto grado de autonomía. En España esta autonomía de las aljamas judías era mayor que en otros países.

Abraham Haim señaló que los judíos poblaron estas tierras en el periodo de la dominación musulmana. En 1882 se encontró una lápida sepulcral en hebreo, hoy perdida, datada en el año 919, anterior pues a la conquista de estas tierras por el rey Alfonso I en 1120. El Fuero de Calatayud se mostraba respetuoso con los judíos. Los judíos eran súbditos del rey, que era quien les otorgaba derechos y deberes. Haim señaló que la aljama judía de Calatayud no fraguaría como tal hasta finales del siglo XII, poco después de la aljama de Zaragoza. Se situaba en la parte noroccidental de la ciudad, entre el conjunto defensivo de la Torre Mocha (Consolación) y de la Peña,  y se cerraba con cuatro puertas. Consideró que el siglo XIII fue la edad de oro del judaísmo aragonés. Los judíos eran artesanos y comerciantes. Se sabe que en 1340 vivían en la aljama de Calatayud 300 varones mayores de quince años. En el siglo XIV Calatayud contaba con 7.500 habitantes, de ellos 1.000 eran judíos. En 1391 se fecha el inicio del declive judío, con las matanzas de Sevilla, que llegará hasta 1492, con la expulsión decretada por los Reyes Católicos.

La aljama judía de Calatayud era la segunda del Reino tras la aljama de Zaragoza, con la que competía cultural y espiritualmente. La aljama de Calatayud, que llegó a considerarse gran aljama de hombres nobles, sensatos y selectos, llegó a ser muy famosa por su erudición talmúdica. Haim recordó que hasta un gran rabino de Zaragoza tuvo la intención de cambiar su residencia a Calatayud, por ser mayor su prestigio.

Haim trató también en su conferencia de la organización de la aljama judía de Calatayud, de su ampliación concedida por el rey y dio noticia de varios decretos reales relativos al nombramiento de cargos en ella. También señaló que la Inquisición no se estableció contra los judíos, sino contra las comunidades conversas al cristianismo que intentaban engañar a la Iglesia, pues en secreto seguían conservando los preceptos judíos. La Inquisición llegó a Calatayud en 1488. Los delatores se llamaban en hebreo malsín, palabra que recoge el Diccionario de la Real Academia Española, con este mismo significado. Entonces las aljamas judías acordaron que los gastos ocasionados por los diferentes procesos de la Inquisición sobre los judíos, debidos a los delatores, se pagaran a cuenta de la aljama entera.

Haim recordó algunos apellidos de judíos bilbilitanos, como Lupiel, Constantin, Abayud… El médido Todos Ib ben David se llamó más tarde Juan Sánchez, antecesor  de Gabriel Sánchez, tesorero mayor del Reino de Aragón y consejero real, que fue decisivo en la expedición de Cristóbal Colón. Los judíos conversos cambiaban el nombre y el apellido.

La sinagoga más famosa de Calatayud o sinagoga vieja databa del 20 de septiembre de 1368. Tras la expulsión y el decomiso por la Corona en 1492, se transformó al culto con el nombre de Santa Catalina de Siena, hoy ermita de la Consolación. En las sinagogas había una tribuna o galería reservada a las mujeres. Haim no tiene noticias de sinagogas exclusivamente para mujeres. La sinagoga menor aparece citada junto al muro defensivo de la ciudad. La tercera sinagoga fue fundada por Juce Abencabra, luego judío converso con el nombre de Martín de Cabra. Se transformó en iglesia de San Pablo en 1415. Todas ellas fueron reconstruidas a finales del siglo XIV, tras la Guerra de los dos Pedros. Las sinagogas tenían centros asistenciales, horno y carnicería. El doctor Haim recordó que los judíos de Calatayud se vanagloriaban de tener una de las juderías más hermosas de Sefarad. Los judíos vivían en ella tan desparramados, que sólo podían acudían a la sinagoga los sábados y los días de fiesta.

Promovidas por los frailes franciscanos y dominicos, que eran grandes predicadores y conocedores de la Torá, se produjeron conversiones masivas de judíos entre los años 1413 y 1414. Se han contabilizado la conversión de más de tres mil judíos aragoneses, que provocaron la desaparición de varias aljamas. El Papa Luna propició la macro-catequesis de Tortosa (1412-1414), en la que participó Vicente Ferrer. Otra oleada de conversiones tuvo lugar a raíz del decreto de expulsión del 30 de marzo de 1492 de los Reyes Católicos. En él se daba de plazo hasta el 30 de junio para aceptar el bautismo o la expulsión. Haim señaló que el rey que dictó esta expulsión, Fernando el Católico, tenía ascendentes judíos de parte de su madre, Juana Enríquez. Muchos judíos bilbilitanos aceptaron el bautismo. Los que no lo aceptaron salieron desde Tortosa en barco rumbo a Italia, los Balcanes, Grecia, Asia Menor, Damasco y Tierra Santa. Otra parte de judíos regresó convertida. La influencia de Aragón se nota sobre todo en la parte de Salónica, en canciones, refranes y costumbres. Haim señaló que el pueblo judío ha sufrido muchas expulsiones, pero que cuando se habla de la expulsión en singular, todos saben que es la española de 1492. Sin embargo los judíos sefardíes no guardan ningún rencor a España y siempre la añoran. Por esta razón siempre mantuvieron la lengua, los alimentos y las costumbres. Nunca se sintieron ajenos a España. El mismo Haim recordaba el arroz con leche que le preparaba su abuela, el estofado de tercera o el pisto, que son sefardíes.

Según el doctor Haim, en los preparativos del primer viaje de Cristóbal Colón, el marino se basó en estudios de astrónomos judíos de Salamanca y Mallorca. Otro personaje importante en la expedición de Colón fue Luis de Santángel, nacido en Valencia, hijo de comerciantes judíos bilbilitanos. El 13 de septiembre de 1481 fue nombrado escribano de Ración. Su función principal en la corte de Fernando el Católico era la financiera. Santángel prestaba dinero al monarca, que después devolvería con cargo a diversas rentas. Luis de Santángel conoció a Colón en 1486. Fue él el que convenció a los reyes de permitir el viaje de Colón, sufragando él mismo los gastos de su fortuna personal y sin intereses, que ascendieron a más de un millón de maravedís. El doctor Haim señaló que sus libros manuscritos de cuentas se conservan en el Archivo de Simancas. La primera carta de Cristóbal Colón a la vuelta de su primer viaje no fue dirigida a los Reyes Católicos, como seguía lógico pensar, sino a Luis de Santángel.

La historia de los judíos parece resumirse con tres palabras de la misma raíz: encuentro, desencuentro y reencuentro. Las palabras y la presencia de Abraham Haim en Calatayud fueron sin duda un reencuentro emocionado entre viejos amigos.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Presentación del libro la Escultura Romanista en la Comunidad de Calatayud

LA ESCULTURA ROMANISTA EN LA COMARCA DE LA COMUNIDAD DE CALATAYUD Y SU ÁREA DE INFLUENCIA. 1589-1639

Por: Francisco Tobajas Gallego

El pasado 15 de octubre, coincidiendo con el día de la Patrona de la Comarca Comunidad de Calatayud, Santa Teresa de Jesús, tuvo lugar la presentación en la sede de la Comarca Comunidad de Calatayud del libro La escultura romanista en la Comarca de la Comunidad de Calatayud y su área de influencia. 1589-1639, de Jesús Criado Mainar. El autor estuvo acompañado por el Presidente del Centro de Estudios Bilbilitanos, Manuel Micheto, por el Presidente de la Comarca Comunidad de Calatayud, Fernando Vicén, por el Consejero de Cultura y Deportes, Fernando Duce, y por José Luis Cortés, asesor de Presidencia de la Comarca Comunidad de Calatayud. Jesús Criado Mainar, profesor de Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, ha podido llevar a cabo este impresionante trabajo, gracias a la licencia sabática que el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza le concedió para el Curso Académico 2011-2012. El libro, que el autor dedica a la memoria de Agustín Sanmiguel y Ana Isabel Pétriz, ha sido editado conjuntamente por el Centro de Estudios Bilbilitanos y por la Comarca Comunidad de Calatayud.


El Concilio de Trento, celebrado entre 1545 y 1563, impulsó una revisión y reafirmación de los principales dogmas de fe del catolicismo, que dará lugar a la llamada Contrarreforma, que intentará frenar la reforma protestante. A finales del siglo XVI y comienzos del XVII se instalarían en Calatayud, cabeza de un extenso y rico arcedianado, varias órdenes religiosas, como los jesuitas, capuchinos, carmelitas descalzos, dominicos o agustinos descalzos. El arte religioso se convirtió entonces en una importante herramienta para el adoctrinamiento de los fieles. También el retablo escultórico deberá actualizarse a los nuevos tiempos. El punto de partida de esta nueva modalidad será el retablo de la catedral de Astorga, debido a Gaspar Becerra que, tras su larga estancia en Florencia y en Roma, volverá a España en 1557, incorporando una nueva manera de trabajar el retablo escultórico. Se basaba en una aplicación rigurosa de los principios de la arquitectura clásica, que ya había visto en varias obras de Miguel Ángel. Juan de Anchieta será el introductor de este nuevo lenguaje de Miguel Ángel en la escultura aragonesa. Esta nueva corriente romanista no se consolidaría en Aragón hasta los años noventa del siglo XVI. En Calatayud su referente será el escultor Pedro Martínez el Viejo, hijo de Juan Martín de Salamanca. En 1590 llegó a Calatayud el ensamblador Jaime Viñola, oriundo de Granollers, que aportó los nuevos modos miguelangescos. En este proceso de cambio, el retablo de San Clemente de La Muela será un eslabón fundamental. Este retablo parece ser anterior a la mayoría de obras llevadas a cabo en Zaragoza, Huesca o Tarazona, lo que indica la importancia de los talleres de Calatayud, que trabajaron en lo que es hoy Comarca Comunidad de Calatayud, Comarca del Aranda, Tarazona, Campo de Daroca y Jiloca, Albalate del Arzobispo y algunas poblaciones del obispado de Sigüenza, como Milmarcos y Luzón.

Este tardío desarrollo en Aragón del retablo escultórico romanista, dificultó la progresión del retablo escurialense, o última modalidad clasicista del Renacimiento.

Las autoridades religiosas bilbilitanas, cumpliendo los mandatos del Concilio de Trento, se esforzaron en divulgar los dogmas que rebatían los reformadores. De esta manera se dio mayor visibilidad al culto a la Eucaristía, con nuevas capillas sacramentales, alentado la fundación de cofradías de la Minerva y dando respaldo a los milagros eucarísticos, obrados en el Monasterio de Piedra, Paracuellos de Jiloca, La Vilueña y Aniñón. Apenas han llegado a nosotros arquetas para el Santísimo Sacramento el día del Jueves Santo, en cambio se han encontrado abundantes citas para la realización de peanas para procesionar al Sacramento el día del Corpus Christi. La Orden de Predicadores, asentada en Calatayud y en Gotor, extendió el rezo del Santo Rosario, con el apoyo de numerosas cofradías, alentando también la fundación de hermandades dedicadas al Dulce Nombre de Jesús. La Compañía de Jesús también se colocó, desde su fundación, bajo la protección del Nombre de Cristo. El Papa dominico Pío V proclamó en 1571 la fiesta del Rosario, al atribuir a este rezo y a la intercesión de la Virgen la victoria de la Santa Liga sobre la armada turca en el golfo de Lepanto, que confirmaría en 1573 Gregorio XIII. Los jesuitas propagaron el culto a San Ignacio y a San Francisco Javier. También se potenció el culto a los santos locales y a sus reliquias, como San Iñigo de Oña, San Pedro Bautista, San Millán, San Félix y Santa Regula, o San Pascual Bailón.

En 1592 las autoridades municipales de Calatayud pidieron a la corona que unificara las colegiatas de Santa María la Mayor, Santo Sepulcro y Santa María de la Peña, al objeto de fundar en Santa María una nueva diócesis. Este deseo parece que contaba con el beneplácito del obispo Cerbuna, que fallecería en Calatayud en 1597. En 1593 ya estaba en Calatayud el arquitecto Gaspar de Villaverde, que participará en la reforma del templo del Santo Sepulcro, en la desaparecida capilla de las dominicas y quizá en el diseño de Santa María la Mayor.

Otros asuntos tratados por los artistas romanistas serán el Tránsito de la Virgen, su Asunción a los cielos y su Coronación por la Trinidad, el culto a la Virgen de la cama, y al Cristo Crucificado. A finales del siglo XVI, dentro del ámbito de la escultura romanista, tuvo lugar una importante renovación de esta tipología, cuyo punto de partida es el Crucificado que corona el retablo mayor de la catedral de Astorga, atribuido ahora a Juan de Anchieta, que llevó a cabo otras versiones. Juan Martínez el Viejo debió conocer estas piezas y también el Cristo de Gracia, del retablo de Santa Engracia de Zaragoza, hoy en la parroquia de Pradilla de Ebro, pues existe una relación estrecha con los calvarios del retablo de la catedral de Tarazona y de la colegiata de Daroca, debidos a este importante escultor bilbilitano.

En la evolución del retablo romanista, el autor distingue tres etapas. La primera, que se desarrolla entre 1589 y 1612, coincide con la actividad de Pedro Martínez el Viejo y la llegada a Calatayud de Jaime Viñola, y con el inicio del retablo mayor de la parroquia de San Clemente de La Muela. A estos dos artistas se debe el retablo mayor de la catedral de Santa María de la Huerta de Tarazona, costeado por el obispo fray Diego de Yepes. Este encargo «acredita tanto la supremacía a nivel diocesano de los talleres de la ciudad del Jalón como el considerable prestigio de que gozaban estos dos artífices». La segunda etapa, hacia 1612-1614, coincide con el retablo de Santa María la Mayor, que se encargó a Jaime Viñola y al escultor Pedro de Jáuregui, yerno de Pedro Martínez el Viejo, que debió fallecer a finales de 1609 o primeros de 1610. La tercera etapa comienza en los años veinte y tiene su colofón entre 1637 y 1639, fechas en que se materializa el retablo de la parroquia de Milmarcos.

A partir de los años veinte aparece una nueva generación de artistas, como el ensamblador Antonio Bastida, yerno de Viñola, el escultor Bernardino Vililla, que se había formado con Jáuregui, o el ensamblador Pedro Virto, que colaboraría estrechamente con los anteriores. Por estos años veinte, que marca el inicio de esta tercera etapa, se llevarían a cabo los retablos de la colegial del Santo Sepulcro de Calatayud, con el patrocinio del prior Juan de Rebolledo y Palafox.

Después de tratar la evolución del retablo romanista, el autor añade unas interesantes y bien documentadas notas biográficas de los más importantes artistas bilbilitanos. Pedro Martínez el Viejo tenía su sede en la parroquia de San Andrés de Calatayud. Colaboraría con el ensamblador Jaime Viñola y con los pintores Miguel Celaya, Francisco Ruiseco y Francisco Florén. Su hijo, Pedro Martínez el Joven, continuaría con la tradición familiar.

Lope García de Tejada formó parte del taller de Juan Martín de Salamanca, que ejecutó el retablo de la parroquial de Valtierra, a partir de septiembre de 1577. Aunque aparece documentado como mazonero, parece ser que era escultor, especializado en imágenes de bulto.

Jaime Viñola, natural de Granollers, será el ensamblador más importante en los talleres romanistas bilbilitanos. Se estableció en la Rúa, parroquia de San Pedro de los Francos. A partir de 1620 establecería una estrecha relación personal y profesional con el ensamblador Antonio Bastida, llegado de Sangüesa, que casaría con su hija. Pertenecería a este mismo taller el mazonero Pedro Virto, que luego se independizaría. Jaime Viñola colaboró primeramente con los escultores Pedro de Jáuregui y Pedro Martínez, y con el pintor Francisco Florén. Al final de su carrera compartió trabajos con el escultor Francisco del Condado, oriundo de Ateca.

Pedro de Jáuregui casó con una de las hijas de Pedro Martínez el Viejo, y a la muerte de su suegro, se hizo cargo de su taller. Bernardino Vililla destacó como escultor en las décadas centrales del siglo XVII.

Este libro, con numerosas y excelentes fotografías a color, recoge también una exhaustiva bibliografía sobre el tema tratado, un no menos interesante apéndice documental, un listado de ilustraciones y dos índices, uno de artistas y otro de lugares y piezas.

viernes, 24 de mayo de 2013

EN CALATAYUD EMPEZÓ TODO


Francisco Tobajas Gallego

            El pasado 16 de mayo se presentó en Calatayud un curioso e interesante folleto, debido al profesor José Luis Corral, con largo título: En Calatayud empezó todo. El Parlamento de 1411. Origen del Compromiso, que ha sido editado por el Centro de Estudios Bilbilitanos.

            El 31 de mayo de 1410 el rey Martín I muere en el monasterio de Valdoncellas de Barcelona sin heredero. Sin rey, la unidad de los Estados que componen la Corona de Aragón está en peligro. Por ello cada uno de los Estados se pondrá manos a la obra para resolver esta difícil sucesión dinástica. En Aragón el Papa Luna tomará la iniciativa para evitar el desgobierno. En el verano de 1410, los catalanes serán convocados por su gobernador general a un parlamento en Montblanc el 10 de septiembre, que se traslada más tarde a Barcelona. En él, los catalanes manifestarán su intención de mantener la unidad de la Corona de Aragón, enviando embajadores a Aragón y Valencia para procurar un acuerdo.

De los candidatos a suceder a Martín I, los catalanes apoyaban a Jaime de Urgel y los aragoneses al príncipe castellano Fernando de Trastámara. Los valencianos estaban divididos y no tenían un candidato definido. Fernando de Trastámara, que acaba de reconquistar Antequera, cuenta con el importante apoyo del Papa Luna. Por su parte Jaime de Urgel se autoproclamará legítimo sucesor de Martín I, levantándose en armas para defender sus derechos. En Aragón cuenta con el apoyo del noble Antonio de Luna, pues la familia de los Urrea, sus rivales, apoyan al infante castellano Fernando de Trastámara.


            En 1411 y ante la confusión existente en el reino de Aragón, el gobernador y lugarteniente del reino de Aragón, don Gil Ruiz de Lahori, y el Justicia Mayor de Aragón, don Juan Jiménez Cerdán, convocan a los aragoneses a un parlamento a celebrar en Calatayud, en donde se ha de decidir el procedimiento para la elección del nuevo rey. El Papa Luna favorecerá la elección de Calatayud por varios motivos, también por querencia personal. Además, la ciudad tiene capacidad para acoger estas y otras reuniones, como son las Cortes del reino, y es frontera con Castilla, de donde es el candidato apoyado por Benedicto XIII. Con ello, Calatayud se convertirá en el centro político del reino de Aragón y aun de toda la Corona.

A principios del siglo XV, Calatayud cuenta con una población cercana a los 7.000 habitantes. Tras la Guerra de los Dos Pedros, en la que Calatayud fue sometida a cuatro meses de asedio con bombardeos de bolaños y otros proyectiles, antes de ser ocupada por las tropas castellanas de 1362 a 1366, la ciudad deberá hacer frente a una costosa reparación de sus murallas y defensas. En 1410 ya se han reconstruido los castillos de la Peña, el Mayor y el Real, además de las puertas de la ciudad  y los muros del barrio del Santo Sepulcro. Calatayud se ha recuperado lentamente de las crisis producidas por las epidemias de la peste y de la guerra con Castilla. En 1379 los Sayas y los Liñán habían firmado un pacto por el que ponían fin a un siglo de enfrentamientos, aunque en el invierno de 1410 las dos familias más poderosas de la ciudad retomarán sus antiguas peleas y litigios. Los Liñán apoyaban a Jaime de Urgel, buscando la ayuda de Antón de Luna para echar de la ciudad a los Sayas, que acabarán saliendo victoriosos. La  tregua entre las dos familias se firmará en el monasterio de Santa Clara de Calatayud, donde era abadesa doña Contesina de Luna, hermana de Benedicto XIII.

            Benedicto XIII, de acuerdo con el gobernador y el Justicia Mayor de Aragón, decide acelerar el proceso para la elección de un nuevo rey y el 20 de enero de 1411 se convoca con carácter de urgencia un parlamento en Calatayud, al que califican como Parlamento general. Los nuncios catalanes llegan el día 1 de febrero. El día 7 lo hacen el gobernador y el Justicia de Aragón y el 8 se constituye el Parlamento de Calatayud, que presidirán el gobernador y el Justicia Mayor de Aragón en la iglesia de San Pedro de los Francos.
            A esto, Antonio de Luna se dirige a Calatayud con gente de armas, con la intención de tomar los tres castillos del recinto amurallado. A tres millas de la ciudad acampan. El gobernador de Aragón manda cerrar las puertas de la ciudad, para garantizar la libertad de decisión de los parlamentarios. Los vecinos de la ciudad forman patrullas armadas para garantizar el orden público y defender los principales puntos del recinto amurallado. Desde los campanarios los vigías observan, para avisar a la ciudad de cualquier movimiento de tropas.

            Los embajadores de Cataluña abandonan la ciudad para entrevistarse con Antonio de Luna, consiguiendo que sus tropas se retiren de los alrededores de Calatayud. Sin la amenaza de estas tropas, el parlamento de Calatayud continúa con sus deliberaciones. Su presidente propone la elección de nueve personas para que preparen la celebración de un Parlamento general de toda la Corona de Aragón, donde se resuelva el derecho a la sucesión al trono. Los elegidos representarán a los cuatro brazos presentes en las Cortes de Aragón: brazo eclesiástico, nobles, caballeros e infanzones, y universidades. En total ocho, más el jurista Berenguer de Bardaxi, elegido por acuerdo de todos. Los valencianos enviarán también a dos embajadores.

            Durante los meses de febrero, marzo, abril y mayo, las negociaciones de los parlamentarios se suceden. Los cuatro brazos se reúnen por separado antes de las sesiones plenarias, en las que no consiguen acordar nada en concreto. El arzobispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, pacta con los embajadores de Valencia y Cataluña celebrar un Parlamento general de los tres estados donde se elija al nuevo rey. Pero el 28 de mayo se produce un grave desencuentro entre los nueve parlamentarios aragoneses, reunidos en el palacio episcopal de Calatayud. El obispo de Tarazona se opone a que el futuro Parlamento general lo presida un representante de Cataluña. El 31 de mayo el Parlamento celebra su última sesión y el día 1 de junio se despiden y clausuran aquel primer encuentro. Esa misma mañana se decide que Aragón, Valencia y Cataluña celebren sendos parlamentos por separado, pero nada se aprueba de la convocatoria de un Parlamento general de los tres Estados. Todos parten de Calatayud. El arzobispo de Zaragoza será interceptado y asesinado en los alrededores de La Almunia por hombres de Antonio de Luna.

            Tras el Parlamento de Calatayud, los delegados aragoneses volverán a reunirse en Alcañiz, donde en febrero de 1412 celebrarán la Concordia que conducirá a la aprobación del procedimiento de elección del nuevo rey de la Corona. Los valencianos se reunirán en Morella y los catalanes de Tortosa. Los aragoneses, pecando esta vez de soberbia, proclamaron que si no se llegaba a ningún acuerdo, Aragón decidiría el nuevo rey, «como cabeza de los otros reinos y tierras de la real Corona de Aragón».

            En junio de 1412, los nueve compromisarios, tres por cada uno de los tres reinos y estados, se reunirán en la villa de Caspe, donde decidirán por mayoría absoluta de seis votos que Fernando de Antequera sea rey de la Corona de Aragón. Los cronistas dirán de aquello que fue «el mayor asunto jamás acometido por los hombres de letras para determinar una causa por la vía del derecho y la Justicia».

            En febrero de 1414 Fernando de Antequera será coronado rey de la Corona de Aragón en La Seo de Zaragoza. José Luis Corral escribe: «Por primera vez en la historia de la humanidad, miembros de tres territorios soberanos  (Aragón, Cataluña y Valencia), sumidos en una enorme crisis dinástica y sucesoria, decidieron seguir juntos, elegir a un monarca en común y hacerlo mediante un arbitraje pactado cuyo veredicto, fuera el que fuese, se comprometieron a asumir todas las partes». Todo aquel largo proceso, que culminaría en el Compromiso de Caspe, comenzó en la ciudad de Calatayud en febrero de 1411.

            Al final de acto, el presidente del Centro de Estudios Bilbilitanos, Manuel Micheto, impuso la insignia del Centro al nuevo consejero José Luis Corral Lafuente, que confirmó su disposición a seguir trabajando por Calatayud y por el Centro de Estudios Bilbilitanos, como viene haciendo ya desde hace largos años.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Colegiata de Santa María de Calatayud. Documentos y restauración


FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO

            El pasado 26 de octubre se presentaron en Calatayud dos libros complementarios dedicados a la Colegiata de Santa María de Calatayud y editados por el Centro de Estudios Bilbilitanos. Uno de ellos se centra en la portada de la Colegiata, recientemente restaurada a instancias del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón. El otro libro recoge numerosos documentos hallados en diferentes archivos bilbilitanos, aragoneses y estatales, relacionados con la misma Colegiata de Santa María. En ellos participan el arquitecto Fernando Alegre Arbués y el historiador del arte Javier Ibáñez Fernández.

            Como bien explican los responsables, el Plan Director para la Restauración de la Colegiata de Santa María, Revisión y Actualización, que había sido encargado por el Gobierno de Aragón en el año 2010, ha exigido realizar un estudio artístico del monumento, con  su levantamiento planimétrico completo. Este Plan supone el inicio de un largo proceso que ha de fijar las sucesivas intervenciones de conservación y restauración que se han de llevar a cabo en la Colegiata durante la próxima década.

            El abad de Santa María, Jesús Vicente Bueno, señaló que la Colegiata de Calatayud estaba de moda. De un tiempo a esta parte todos los especialistas estaban interesados en ella. Y añadió una bella imagen muy ilustrativa. Comparó a la Colegiata con un pozo lleno de agua. Cada uno que llegaba sediento de saber o de conocimiento, sea el que fuera, lanzaba el cubo con la cuerda y sacaba del fondo del pozo lo que le interesaba. Esta vez la curiosidad y el trabajo de dos especialistas nos han proporcionado dos libros fundamentales para conocer el delicado y siempre complicado devenir de este antiguo edificio bilbilitano.


            Desde antiguo se ha creído que la Colegiata de Santa María ocupaba el antiguo solar de la mezquita musulmana, pero en las excavaciones llevadas a cabo en el claustro en el año 2000, con la intención de dedicarlo a museo, y en las más recientes llevadas a cabo en el interior, no han aparecido restos significativos de la época islámica, por lo que se piensa que la mezquita mayor de la ciudad sería ocupada por la iglesia de San Juan de Vallupié, desaparecida.

            La iglesia de Santa María fue consagrada en 1249 y en 1253 el obispo García Frontín le asignó las familias nobles de la ciudad, como parroquia principal o mayor. De comienzos del siglo XV datan los vestigios más antiguos, como son el claustro, el cuerpo inferior del ábside y los dos primeros módulos de la torre. En el claustro se fundó una cátedra de Teología, que dotó con una biblioteca el caballero bilbilitano Miguel Sánchez de Algarabí en 1412. El Papa Luna confirmó esta cátedra, fundando en 1415 el Estudio General de Calatayud, clausurado en 1418. Estas circunstancias que relacionan la construcción del claustro con el Papa Luna, han hecho pensar en la intervención de su maestro de obras Mahoma Rami.

            El 13 de septiembre de 1524 hizo su entrada triunfal en Calatayud el nuevo obispo de Tarazona, Gabriel de Ortí, acompañado por el deán de Tudela y Calatayud, Pedro Villalón. Y el 5 de febrero de 1525, el deán de Santa María, Pedro Villalón de Calcena, y el cabildo, contrataron la nueva portada del templo con Juan de Talavera, maestro de cantería, y con Esteban de Obray, francés. Al parecer las obras se fueron retrasando y no finalizaron en 1527, como se había calculado en un primer momento. En 1531 y 1532 Juan de Talavera y Esteban de Obray todavía seguían en Calatayud, lo que hace pensar que el encargo no estuviera aún terminado.

            Javier Ibáñez señala que la portada de Santa María sería definida por Vicente de la Fuente y por José María Quadrado como plateresca. Este adjetivo aludía entonces, fundamentalmente, «a la decoración caprichosa e irracional de corte anticuario aplicada a los edificios levantados en España durante los primeros compases del Quinientos siguiendo, en exclusiva, la fantasía del artífice». Y continúa: «El problema es que, con el tiempo, querría descubrirse una cierta estética orientalizante –islámica- en el ritmo con el que se manejaban esos motivos, y la llamada Mudéjar fallacy, terminaría convirtiendo el plateresco en un fenómeno estrictamente hispano», pasando por alto lo sucedido en Lombardía y Normandía, de donde llegaron artistas como Esteban de Obray, «que lograron introducir en la Península Ibérica una interesante síntesis decorativa nacida de la interpretación del nuevo lenguaje ornamental llegado desde Italia, su fusión con motivos de repertorios diferentes y su combinación conforme a ritmos compositivos, sistemas e interpretación propias del gótico flamígero, que sería perfectamente reconocida por sus contemporáneos, tanto en el propio territorio francés, como a este lado de los Pirineos, y cuyo peso en la configuración del hiperdecorativismo que terminaría considerándose propio, característico –definidor- de la arquitectura española del primer Quinientos parece haber sido bastante mayor de lo que se ha venido considerando hasta ahora».

            Entre 1531 y 1538 no se ha podido conocer ninguna información sobre el edificio, pero los restos conservados hacen pensar en una importante reforma en la cabecera. El obispo Pedro Cerbuna llevó a cabo algunas mejoras para la Colegiata. La torre medieval de dos módulos debió recrecerse a finales del siglo XV, como consecuencia del recrecimiento del ábside y la reforma de la capilla mayor.

            Desde 1591 a 1788 se echan en falta los Libros de actas capitulares de la Colegiata. Tampoco el Archivo de Protocolos Notariales de Calatayud guarda ningún documento que recoja las obras desarrolladas a lo largo de estos casi dos siglos. La construcción del nuevo templo, de planta de salón, bien pudo comenzar a finales del XVI, pero no se concluiría hasta 1616, fecha en la que debió contratarse el retablo mayor. Para solemnizar el fin de las obras, el deán Domingo Gordo celebró una misa de pontifical en 1617, lo que desataría una airada reacción del obispo de Tarazona, Martín Terrer de Valenzuela, que llegaría a excomulgarle y exigirle que compareciese en Tarazona, según cuenta Vicente de la Fuente en su Historia de Calatayud.

            Se conoce un listado de parroquianos de Santa María elaborado en 1603. Algunos de ellos eran profesionales de la construcción, aunque no se puede precisar si tomaron parte en las obras de la Colegiata. Entre ellos aparece Gaspar de Villaverde, que quizá estuviera al cargo de las obras de este templo, aunque se tiene constancia cierta que trabajó en la iglesia de dominicas, demolida en 1973, y en la Colegiata del Santo Sepulcro.

            Al parecer, los dos últimos cuerpos de la torre fueron realizados a finales del siglo XVII, años después de la conclusión de las obras del templo. Tal vez estos trabajos coincidieran con la reforma del campanario de la Seo de Zaragoza y su chapitel, en forma de bulbo, realizado por varios profesionales madrileños en 1703, pudo servir de inspiración para el de la Colegiata de Santa María. De este mismo siglo data el coro con la sillería, que luce la fecha de 1686. También se construyó una pequeña capilla en el claustro y la sala capitular nueva.

            El órgano de la Colegiata se contrató con el maestro Silvestre Tomás en 1762. En este siglo XVIII se construyeron también varios retablos y la sacristía, que acogería el archivo en el piso superior.

            En la reunión capitular celebrada el 6 de junio de 1788, el prior señaló que había constatado «algunos deterioros y ruinas» en el pórtico. En octubre se presentó un plan y se ordenó llevar a cabo los cálculos económicos de la obra, que presentó el canónigo Martín el 7 de noviembre. Los canónigos decidieron llevar adelante el proyecto para «guardar y defender la fachada y portada de piedra». No se sabe si este proyecto se llevó a cabo, pues no se levantó el contrafuerte que el canónigo quería levantar a la derecha del vano de acceso.

            A mediados del siglo XIX la Colegiata debía presentar un estado preocupante, pues en 1850 Juan Vargas realizó una visura y otra un año más tarde, a cargo de Federico Varela, autor de un informe que señalaba la mala situación de la portada de alabastro, de la fachada del claustro hacia la calle de los Amparados, de la bóveda del presbiterio, de la casa del campanero, del tejado y del techo de la sacristía de la capilla del Bautista. Como el cabildo no podía hacerse cargo del presupuesto de la obra, se dirigieron al obispo, que no debió tomar ninguna medida, pues el cabildo, apoyado esta vez por el Ayuntamiento, volvió a escribirle a finales de octubre de ese mismo año, debido «al estado ruinoso y amenazador de la media naranja y cúpula de dicha iglesia».

            Para restaurar el templo y su portada fue seleccionado Juan Vargas, que realizó otro informe el 19 de noviembre de 1851, que señalaba una serie de problemas que aún resultan perceptibles hoy en día. El presupuesto ascendía a 21.553 reales de vellón. La propuesta fue aceptada por el gobierno de Isabel II a comienzos de 1852, iniciándose las obras casi de inmediato. Mariano Blasco redactó en 1861 un cuidado presupuesto, con el que llevó a cabo unas importantes obras estructurales, como el recalce de la torre con piedra sillar y fábrica de ladrillo, la reforma de todas las cubiertas, el arreglo y retejado de todas las capillas y otros edificios anexos, como el claustro, la construcción de los recibos de la pared exterior de la capilla de San José y el arreglo del tejadoz de la portada, ultimadas a principios de marzo de 1863.

            Vicente de la Fuente publicó un artículo en el Semanario pintoresco español el 30 de abril de 1843, haciéndose eco del mal estado de la portada. Federico Varela en su informe de 1851señalaba igualmente que las piezas de alabastro se habían separado del muro y amenazaban con desprenderse, defendiendo su restauración «por su antigüedad y gran mérito artístico». El largo proceso para su restauración se inició con la redacción de un informe histórico-artístico por Vicente de la Fuente, que fechó en Madrid en octubre de 1876. Lo acompañaba una fotografía de Laurent fechada en 1863. El informe se presentó en la Academia de la Historia el 3 de noviembre de ese mismo año. Los académicos elevaron una exposición al gobierno y escribieron a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando seis días después. Los académicos de la Historia elevaron el correspondiente informe al Ministerio de Fomento el 14 de noviembre. Pero pasado poco más de un año, el párroco de Santa María se dirigió de nuevo al obispo de Tarazona, el 22 de noviembre de 1877, mostrando su inquietud por la falta de noticias. Al no dar ningún resultado sus esfuerzos, los académicos de la Historia decidieron entonces iniciar un proceso para obtener la declaración de Monumento Nacional para la Colegiata el 25 de abril de 1884. El 10 de mayo elevaron un oficio al Ministerio de Fomento, al que acompañaba una vista fotográfica, quizá la misma de Laurent. La concesión fue casi inmediata, pues el director general de la Instrucción Pública la comunicó el 14 de junio de 1884, advirtiendo que la conservación y custodia del templo pasaban a depender desde entonces de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Zaragoza e informando de la voluntad del gobierno de iniciar la restauración de la portada de la Colegiata a través de la Dirección General de Obras Públicas.

            Así el 26 de julio de 1886 el arquitecto Mariano López firmaba en Zaragoza el proyecto de restauración. Los planos y dibujos de este arquitecto se perdieron, lo que obligó a Ricardo Magdalena a levantar nuevos planos, al retomar el proyecto en diciembre de 1901. Pero las obras autorizadas mediante Real Decreto de 16 de agosto de 1888, con un presupuesto de 43.000 pesetas, se suspendieron poco después con la disolución de la Junta de obras, ordenada por Real Decreto del primero de septiembre de 1889. Por ello el párroco exigió al Ministerio de Fomento la reanudación de los trabajos, pues sólo se habían invertido 2.500 pesetas. La nueva Junta de obras, presidida por Félix Sanz de Larrea, comenzó a desarrollar sus funciones el 28 de noviembre de 1894. Entonces ya había fallecido Mariano López, pasando a dirigir las obras Ricardo Magdalena. El nombramiento de Gabriel Maura como diputado por el distrito de Calatayud, facilitó la llegada de los fondos necesarios para retomar los trabajos, que tuvieron lugar desde 1905 a 1911. En 1910 fallecería Magdalena, siendo sustituido por Ramón Salas.

            Por entonces las puertas del templo se enviaron al taller de Hermenegildo Sarte de Zaragoza, que falleció con el trabajo comenzado. El cardenal Soldevilla confió los trabajos al taller religioso dirigido por Jorge Alvareda, que comenzó a trabajar con el consentimiento de Ramón Salas y los fondos necesarios, que había gestionado ante el gobierno Antonio Bardají. En ellas trabajaron José y Joaquín Albareda, hijos de Jorge, y el maestro carpintero Rufino Oliván. Por entonces se encomendó la redacción de un nuevo proyecto de restauración al arquitecto Teodoro Ríos. La restauración de la portada y de los batientes de madera se había terminado en 1926, pero se esperó a 1927, fecha que se creía que el monumento cumplía el cuarto centenario. La inauguración se llevó a cabo el 8 de agosto de 1927, con la presencia del general Primo de Rivera. Para dar más vistosidad al acto se desmontó la verja.

            En 1901 Mariano Blasco firmó un proyecto para la reparación del chapitel de la torre, con un andamio espectacular que debía anclarse en la misma torre, «en el piso que llaman de las matracas». En 1909 se abordó la restauración del claustro.

            En octubre de 1940 Manuel Lorente inspeccionó el monumento descubriendo que había sufrido importantes «asientos o movimientos», debidos a la mala calidad del terreno y el insuficiente contraresto de los empujes. En 1942 redactó un plan en el que se contemplaba el atirantamiento completo de las naves, mediante «tensores de varilla de hierro roscados en los extremos» y la inyección de mortero de cemento en las grietas. Se incluyó un interesante anexo fotográfico, que recogía los problemas más preocupantes de la fábrica en ese momento. En 1950 redactó otro informe para intervenir en las cubiertas de la nave central, incluyendo fotografías y dos croquis.

            La Dirección General de Bellas Artes acometería varias actuaciones llevadas a cabo en la Colegiata entre mediados de los años sesenta y comienzos de los ochenta, que serían proyectadas y dirigidas por el arquitecto Rafael Mélida. Entonces se demolió la casa del sacristán, se restauró el ábside y se reformaron las cubiertas. Mientras tanto la Dirección General de Arquitectura actuaba en el claustro, con humedades e inseguridad estructural, con un proyecto redactado en 1966 por Ramiro Moya, que también repararía el basamento exterior de la torre.

            En 1968 se restauró el ábside, que incluyó un recalce superficial corrido de hormigón, y un empresillado del basamento mediante pilares empotrados de hormigón armado encadenados con un zuncho de hierro. Tras esta operación aparecieron unas grietas, que obligó a llevar a cabo una nueva restauración diez años más tarde.

            En 1986 una fuga de agua ocasionó graves daños en el claustro, por ello el Gobierno de Aragón, con las competencias ya transferidas, envió al arquitecto Francisco Sánchez que redactó un informe en el que describía las lesiones producidas. Una nueva avería en la red de aguas afectó a otra parte del claustro y en esta ocasión Francisco Javier Peña elaboró un proyecto que presentó en 1998, encargado por el Departamento de Educación y Cultura del Gobierno de Aragón. Este Departamento encargó un nuevo proyecto para la restauración del claustro al arquitecto José Francisco Yusta, que presentó en el año 1999, coincidiendo con la elaboración del Plan Director para la restauración de la Colegiata de Santa María de Calatayud. Yusta presentó el proyecto de reforma interior del claustro en el año 2000, para acondicionar el piso bajo como Museo de la Colegiata, así como la restauración de la torre.

            La Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Aragón aprobó la Revisión y Actualización del Plan Director, encargando el trabajo al arquitecto J. Fernando Alegre, que ha dirigido con toda urgencia la restauración del arco toral oriental, prestando atención especial al control de humedades, proyectando la actuación estructural sobre la zona del crucero. Por su parte la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Cultura promueve un estudio previo para la restauración del retablo mayor, incluyendo un análisis de las cimentaciones y de la estructura de la cabecera.

            Una vez terminados estos trabajos se estudiaran los problemas del ábside, que ya se vienen arrastrando desde las obras llevadas a cabo en 1968.

martes, 17 de mayo de 2011

Conferencia del profesor Martín Bueno


El Museo de Calatayud acogió el pasado 5 de mayo la primera de las conferencias que ha organizado el Centro de Estudios Bilbilitanos: "El CEB como dinamizador cultural de los últimos años". Desde luego, el marco era el ideal, pues el conferenciante, el profesor Martín Bueno es director de esta institución, además de Consejero del CEB.


Con la presencia en la mesa de la concejal de cultura y educación, Julia Olivas, que insistió en la relación entre Martín Bueno, Calatayud, Bílbilis y Huérmeda merecedora del reciente nombramiento del profesor como hijo adoptivo de Calatayud, y de Carlos Sáenz Preciado, también consejero del CEB y colaborador del conferenciante que se encargó de introducir la charla con una emocionada intervención, el profesor Martín Bueno desgranó parte de su vida ligada al entorno y al CEB, al que calificó como una institución pionera e imprescindible en la investigación y difusión de la cultura bilbilitana y comarcana. Un discurso, hilado con el humor y el tono coloquial que caracterizan a alguien acostumbrado a enseñar, que finalizó con la lectura, por parte del secretario del CEB, Juan José Mateo, del acta por la que se concede la insignia de oro del Centro de Estudios Bilbilitanos a Manuel Martín Bueno. A continuación, el presidente del CEB, Manuel Micheto, hizo entrega de la distinción.


José R, Olalla