EL
CAMINO ESPAÑOL Y LA LOGÍSTICA EN LA ÉPOCA DE LOS TERCIOS. APORTACIÓN DE
CALATAYUD Y COMARCA.
Francisco
Tobajas Gallego
En un concurrido Salón de Actos de
la sede de la Comarca Comunidad de Calatayud, se presentó el pasado 18 de
diciembre el libro El Camino Español y la
Logística de los tercios. Aportación de Calatayud y Comarca, del que son
autores Fernando Martínez Laínez y Víctor Javier Sánchez Tarradellas. Este
libro ha sido editado por el Centro de Estudios Bilbilitanos, cuyo Presidente,
Manuel Micheto, abrió el acto.
En el prólogo de este libro, Gonzalo
Sánchez Urbón, General de Brigada y Director de la Academia de Logística de
Calatayud, hasta mediados del pasado mes de diciembre (exactamente, el
11-12-13, a las 14 horas), agradecía al Centro de Estudios Bilbilitanos la
acogida que había dispensado al libro, recordando la notable, fluida y larga
relación de Calatayud con las Unidades del Ejército, asentadas desde antiguo en
el Fuerte de la Merced. Será en 1926 cuando la ciudad ceda al ramo de la guerra
unos terrenos «entre Mediavega y Margarita», para levantar el Acuartelamiento
Infante D. Jaime, actualmente Acuartelamiento Barón de Warsage, donde se
trasladarán las fuerzas del 12º Regimiento de Artillería Ligera procedentes de
Vicálvaro, Madrid. Más tarde, en 1975, se implantará un centro de enseñanza, el
Instituto Politécnico nº 2, que una vez ampliadas sus competencias en 2001,
pasará a denominarse Academia de Logística. Calatayud se convierte así en la
única ciudad española que acoge un centro de enseñanza militar especializado en
Logística.
Antes de la creación de la Academia, parte de sus
cometidos tenían lugar en la Escuela de Logística del Ejército de Tierra, con
sede en Villaverde, Madrid, que tenía como lema «Poner una pica en Flandes», aludiendo
a la campaña que los Tercios españoles llevaron a cabo en aquellas lejanas
tierras durante ochenta largos años, recorriendo el llamado Camino Español. La
Asociación del Camino Español, creada en 2011, honró a la Academia de Logística
con el título de Socio de Honor.
El libro consta de tres partes
diferenciadas. La primera de ellas, dedicada al Camino Español de los Tercios, se
debe al periodista, historiador y vocal de la Asociación de Amigos del Camino
Español de los Tercios, Fernando Martínez Tejero. Esta parte del libro ya era
conocida por unas conferencias que el autor impartió en Calatayud, con motivo
del X Aniversario de la creación de la Academia de Logística.
La segunda parte, dedicada a la
logística que abastecía a los Tercios españoles, se debe al Teniente Coronel
Víctor Javier Sánchez Tarradellas, profesor de la Academia, quien firma también
la tercera parte del libro, donde muestra la importancia de Calatayud y su
Comarca en las actividades de logística militar de aquella centuria.
En la Introducción a este libro,
César Muro Benayas, Teniente General y Presidente de la Asociación de Amigos
del Camino de los Tercios, asegura que entre 1534 y finales del siglo XVII, los
tercios españoles eran las mejores unidades militares del mundo, sólo
comparables a las falanges macedónicas, a las legiones romanas, a los
regimientos napoleónicos o a las columnas acorazadas de la Werhmacht.
Recordaba que en el año 2006, un
oficial español de Infantería destinado en Bruselas, descubrió de manera
fortuita el antiguo poblado de Empel, frente a la isla de Bomel. Una pequeña
ermita recuerda el milagro en el día dedicado a la Virgen Inmaculada, que dio
origen a su patronazgo. En esta isla unos pocos soldados españoles fueron
sitiados por sus enemigos a bordo de sus barcas. La noche del 8 de diciembre
las temperaturas bajaron varios grados bajo cero y todo el lago quedó helado,
quedando las barcas atrapadas. Los españoles salieron de la isla y andando
sobre el mismo hielo del lago, fueron atacando a todas las barcas de sus
enemigos, logrando una gran victoria. Aquel hallazgo conmovió a los componentes
de la Infantería y auspiciado por la Academia del Arma y el apoyo del Ejército,
se organizó una expedición, que se fue repitiendo año tras año, hasta que en el
año 2011, un grupo de «románticos de los tercios» crearon la Asociación de
Amigos del Camino Español de los Tercios, contando actualmente con más de
quinientos socios.
Fernando Martínez Laínez afirma con
contundencia que el llamado Camino Español fue la maniobra logística más
importante de la Edad Media. Se trataba de un camino de ida y vuelta, que
atravesaba gran parte de Europa. En aquel tiempo, los enemigos del poder
militar español fueron el espacio o la distancia a sus posesiones europeas o de
ultramar y la escasez de hombres. La ruta marítima hacia los Países Bajos era
muy peligrosa por la acción de los corsarios hugonotes franceses y holandeses,
y la hostilidad británica, sobre todo desde 1558, año de la pérdida de Calais y
la subida al trono de Isabel I, sin contar también con los terribles temporales
de esta zona. España mantuvo una larga guerra a lo largo de ochenta años contra
los Países Bajos, que acabó agotando todos sus recursos. El primero que utilizó
el Camino Español fue el duque de Alba en 1566, cuando acudió a Flandes con su
ejército para reprimir a los rebeldes flamencos, aunque la idea había surgido
unos años antes de Antonio Granvela, Consejero del rey Felipe II, con el fin de
que el mismo rey pudiera hacerse cargo de aquella situación, viajando de
España, vía Génova, hasta Flandes, pero aquella visita nunca se produjo.
Las tropas, que se reclutaban en su mayor parte en Aragón,
Cataluña, Castilla, Reino de Valencia y Murcia, embarcaban en los puertos de
Barcelona, Valencia o Cartagena, desembarcando en Génova y en otros puertos
cercanos de Liguria, al cabo de una semana. De allí iniciaban una marcha hasta
Milán, donde los soldados podían descansar bajo techo, en acuartelamientos y
hospitales militares. Luego tenían que cruzar los Alpes, cruzar el territorio
leal del Franco-Condado y el principado-obispado de Lieja, de resistencia
católica. En aquellas zonas de mayor peligro, el grueso de la fuerza, compuesta
por unos tres mil soldados, se dividía en dos divisiones: vanguardia, donde
iban los mosqueteros, arcabuceros y piqueros, y la retaguardia, con las picas,
los arcabuceros y los mosqueteros, dispuestos en este orden. En la marcha se
atendía a los enfermos y perdidos y se perseguía a los desertores, de los que
se encargaba los cuadrilleros a caballo del barrachel de campaña.
En condiciones normales, la travesía desde Milán hasta
Namur, por el llamado Camino Español, venía a costar una media de 48 días. En
1622 Saboya prohibió el tránsito de tropas por aquel territorio. En 1633 Luis
XIII ocupó Lorena, que era la encrucijada donde convergían todas las rutas del
camino Español antes de pisar Flandes, haciendo imposible ya la travesía.
Entonces se intentó llevar las picas a Flandes por mar, desde los puertos de
Galicia y del Cantábrico, pero la derrota en 1639 de la flota del almirante
Oquendo, en la batalla de las Dunas, acabó también con esta posibilidad.
También se utilizó la ruta que, desde Milán, cruzaba los Alpes y los cantones
suizos, cruzando el Rin hasta Alsacia.
Martínez Laínez escribe que el Camino Español, «además de
ser una hazaña logística», representaba «una serie de virtudes vinculadas al
espíritu militar, al patriotismo, al esfuerzo en la defensa de unas banderas
que hicieron ondear la idea y el nombre de España en toda Europa».
En la
segunda parte, el Teniente Coronel Sánchez Tarradellas trata de la Logística en
la época de los Tercios y del Camino Español, «un auténtico prodigio
logístico». Las nuevas necesidades de la monarquía española, siempre falta de
hombres y de dinero, le llevaron adoptar novedosos métodos, que anticiparon las
formas más modernas de apoyo a las tropas, como el sistema de etapas, los trenes
de víveres, el apoyo social al soldado y a sus familias, y la asistencia
sanitaria. Miguel de Cervantes, que fue soldado antes que logista, escribió con
indudable tino: «El peso de las armas no puede llevarse sin el buen gobierno de
las tripas».
En la
tercera y última parte, el Teniente Coronel Sánchez Tarradellas escribe sobre
la aportación de Calatayud y su Comarca al Camino Español y al ejército.
Entonces como hoy, Calatayud se encuentra en una importante encrucijada de
caminos, por el que transitaban armas y tropas. En su comarca se encontraba uno
de los más importantes centros de producción de pólvora de la época. Calatayud
abastecía también al ejército de cuerdas o mechas de arcabuz, a base de lino o
de cáñamo, además de armas. En Calatayud hacían un alto los soldados reclutados
en Castilla, que seguían el camino real de Aragón hasta el puerto de Barcelona.
Los vecinos de Calatayud debían alojar a los soldados, proporcionándoles agua,
sal, aceite, vinagre y asiento a la lumbre. Calatayud era un punto importante
de paso de armas procedentes de Vizcaya y Guipúzcoa, aunque también era un destacado
centro productor. Enrique de Leguina comparaba la producción de Calatayud con
Toledo, citando algunos prestigiosos espaderos, como Andreas Munsten y Luis de
Nieva, que labraron en ambas ciudades. Otro célebre espadero de Calatayud fue
el converso Julián del Rey, cuya marca se encuentra en un estoque del emperador
Carlos y en una espada atribuida a Hernán Cortés. Las aguas del Jalón siempre
fueron muy elogiadas para dar el temple adecuado, medido en avemarías, como ya
refiere Marcial. En el siglo XV existía en Calatayud un potente gremio de
herreros musulmanes, con ballesteros, armeros, y guarnecedores. Un documento de
1577 daba una cifra de 1.400 hombres de Calatayud al servicio de su majestad y
de 5.508 hombres para toda la comarca. Disponían de 3.467 arcabuces, 1.375
ballestas y 2.093 picas. Por entonces había en Calatayud más de quince
puñaleros y espaderos, además de varios escopeteros. Pero la manufactura armera
que dio más fama a Calatayud fue el capacete. Se trataba de un casco sin cresta
ni visera, a veces terminado en punta, parecido al morrión, aunque de forma más
esférica, chata o aplanada. De origen morisco, no llevaba protección para el
rostro, permitiendo una mejor visión para ballesteros, arcabuceros y
mosqueteros. Lo utilizó frecuentemente en los siglos XVI y XVII la infantería
española, asegurado con un barbolejo. Los capacetes se producían en Castejón de
las Armas y en Calatayud. En el Kunsthistorisches Museum de Viena encontramos
un capacete datado en 1490 y atribuido a Fernando el Católico, que por sus
marcas se considera de origen bilbilitano. Otro, al parecer del mismo origen y
correspondiente al alférez Duarte de Almeida, que llevaba en la batalla de Toro
en 1476, se conserva como trofeo en la catedral de Toledo. Los capacetes de
Calatayud se citan ya en La Celestina,
con los broqueles de Barcelona y los casquetes de Almazán. A ellos también se
refieren el duque de Rivas y Nicolás Fernández de Moratín.
Otra importante industria eran los molinos de pólvora de
Villafeliche, que llegaría a ser el principal centro productor de pólvora de
España, junto a Granada, Murcia y Manresa. Utilizaban como fuerza motriz las
aguas del Jiloca. Desde Épila llegaba el salitre y desde Villel y Libros el
azufre. El carbón se fabricaba a partir de sarmientos de la vid, ramas de sauce
y cáñamo. La producción de pólvora en Villafeliche se hacía al aire libre.
El uso de armas de fuego en España ya aparece documentado
en 1343. Serán utilizadas en el sitio de Calatayud en 1362, en la llamada
Guerra de los Pedros. Los primeros arcabuces y luego los mosquetes necesitaban
trozos de mechas de combustión lenta, que provocaban la ignición de la pólvora.
Su consumo era tan importante que la cuerda de arcabuz se suministraba por
quintales. Para ello se requería del cáñamo, que dio lugar a numerosos oficios,
como alpargatero, cordelero o soguero.
Al final del libro se recogen también unos interesantes
anexos, como varios planos del camino real que pasaba por Calatayud,
fotografías de varios capacetes, que se consideran de origen bilbilitano, o un
documento de la Biblioteca Nacional, datado en 1577, donde se recogen, lugar
por lugar, los vecinos, los arcabuces, las ballestas, las picas y las lanzas
que disponía el rey para su servicio. El alcalde de Calatayud, José Manuel
Aranda, cerró el acto de presentación de este último libro del Centro de
Estudios Bilbilitanos, dedicado al Camino Español y a la Logística en la época
de los tercios.
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